Sentada en su silla de la terraza, con un libro en la mano, había pasado las últimas horas de la tarde. Al anochecer se había adormecido recreándose en la lectura que evocaba las primaveras, en que de niña jugaba con la cometa multicolor, aprovechando la brisa de la playa.
Se había quedado fría, no tenía ganas de levantarse. Por primera vez en mucho tiempo disfrutaba de la fragancia de las flores, los colores de la costa. Tenía paz interior.
El mar con su vaivén continuo, mostraba un azul profundo, una calma especial.
De pronto ese estruendo, esa fuerza y esa ola gigante. La habían engullido…
Su recuerdo: un instante. Su vida un segundo.
Sin tiempo a hacer maletas, a arreglar entuertos.
Un minuto bastó para transformar la vida en muerte. El sueño en dolor.
En recuerdo de las víctimas del terremoto de Japón
Se había quedado fría, no tenía ganas de levantarse. Por primera vez en mucho tiempo disfrutaba de la fragancia de las flores, los colores de la costa. Tenía paz interior.
El mar con su vaivén continuo, mostraba un azul profundo, una calma especial.
De pronto ese estruendo, esa fuerza y esa ola gigante. La habían engullido…
Su recuerdo: un instante. Su vida un segundo.
Sin tiempo a hacer maletas, a arreglar entuertos.
Un minuto bastó para transformar la vida en muerte. El sueño en dolor.
En recuerdo de las víctimas del terremoto de Japón
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