La ausencia de su amiga, no había impedido que como cada miércoles, levantarse temprano después disfrutar de su habitual desayuno y lanzarse a la calle.
La primavera, le deleitaba de sus fragancias, que la lluvia de ayer había propiciado, eliminando el engorroso mal olor de la contaminación y sustituyéndolo por el aroma a tierra mojada, que desde niña siempre admiró.
Vivía cerca y paseando lentamente, se había dirigido al museo que tantas veces visitará de joven, cuando trabajaba.
Recordaba aquellos al mediodía con Sonia, su amiga y compañera de museos, en que se quitaba las horas del almuerzo, para que en loco frenesí, acudir a la exposición temporal que hubiera, para después continuar con su trabajo por la tarde.
Unas veces al Thyssen, otras al Prado, pero siempre sacaba pequeños espacios, en que en su premura se sentía libre y visitaba rápidamente la pinacoteca.
Siempre compraba el catálogo, aunque pesará. Para luego lentamente hojearlo en casa disfrutando de los cuadros ya vistos. Los sentían suyos, los estudiaba y soñaba con emular a aquellos pintores, realizando su gran obra maestra. Pues ella, hacia pequeños” pinitos” con la pintura.
Tocaba las páginas del catálogo como si a través de ellas sintiera el color, las formas, en definitiva, el alma del cuadro.
No quería que se hiciera tarde, ya que la ausencia de su amiga no le había permitido realizar la compra electrónica de la entrada.
Confiando en su suerte y en su deseo de visitar aquella casa, la de los miércoles, que sentía ya suya, se dirigió al Museo.
Siempre el mismo dialogo con los vigilantes de la puerta:
-Debe dejar su bastón en consigna.
Para seguidamente, negociar con ellos su necesidad y su falta.
Era la hora, había conseguido llegar y solo le precedían en la cola 10 madrugadores, quizás con ojeras o con insomnio. Silenciosos, esperaban su turno para entrar.
Con la entrada en la mano recorrió el mismo número de pasos que siempre. Los tenía contados, para llegar a la sala.
Chagall no era su preferido pero admiraba su color y sus formas. La crónica del periódico que su amiga le había leído, le había ayudado a conocerle algo mejor y a despertar su curiosidad.
Los colores y la manera de componer los cuadros, la atrajeron, le hicieron sentir fuerte y viva. Quizás también un poco de angustia, retazos amargos de su situación.
Entró en la sala, fría, silenciosa y al sentirse sola, se sintió perdida. Un mareo ligero le recorrió el cuerpo y la hizo perder las fuerzas. Pese a ello, avanzó con paso cansino. Esperaba aquellas presencias que otras veces, junto a las explicaciones de su amiga, que con infinita paciencia, enumerando uno y otro detalle, le permitían disfrutar de la exposición y entender su contenido.
En casa no había reparado en esa dificultad y con rapidez, a pesar de sus años, se retiró discreta a un recoveco, desde donde esperar al acecho, para poder escuchar a aquellos desconocidos que se acercaban y serían sus acompañantes de hoy.
Solo habían transcurrido 10 minutos, le resultaron eternos. Dos jóvenes aparecieron en la entrada. Eran estudiantes, se quejaban del trabajo que tenían que realizar para la asignatura de Historia del Arte, con frases como:
-Jo, qué rollo, este tío no me mola. Parece mi hermano pequeño con las “guache”
-Calla que te van a oír
Discretamente, y a una pequeña distancia escuchaba sus frases tratando de imaginar el contenido de los cuadros.
-Puff, ¿Cómo dices que se llama el cuadro?
-“La casa gris”
-Pues sí que es gris, este tío está loco, no ha puesto una casa de madera junto a la vista de una Catedral y encima decrepita.
-Venga tío acelera, que el trabajo nos va a llevar toda la mañana.
Ella sonreía veladamente, recordando de igual manera la pérdida de tiempo. Ahora a sus 75 años, quería disfrutar cada minuto, cada segundo y hacerlos suyos, retenerlos entra sus manos para saborearlos. Recordar los colores, que se había transformado en semitonos de gris.
No había recorrido ni cinco cuadros cuando un grupo de 3 personas, seguidas de cerca por un señor solo, que arrastraba algo los pies, irrumpieron en la sala.
La cosa se animaba.
Escucho comentarios de las damas.
-“El gallo” ¿Qué dice el catálogo, quien lleva encima?
-No está claro, que si arlequín, una figura femenina, no sé.
-Que más te da. El cuadro es bonito, tiene una azul que electriza.
Otro grupo más numeroso, penetró en la sala.
Eran cinco y una parecía la más entendida. Oyó retazos de la historia de Chagall, de cuando vivía en Francia.
-Pues dirás lo que quieras- Dijo una de ellas- Pero a mí este cuadro de la “Virgen de la aldea”, no me gusta nada. Parece que la Virgen se va a caer fuera del cuadro.
Ella se secó una pequeña lágrima que se le escapaba, envidiando sus ojos que le dejaban ver belleza y fealdad y después, permitirle disfrutar o rechazar.
Ella, con aquellas migajas que le daba el destino, quería recrear aquellos cuadros. Aquella imagen distorsionada que nunca sería la realidad pintada, le transmitían a través de otros sensaciones, color y formas.
Era, pues feliz a su modo. Había descubierto otra manera de ver y disfrutar.
Su deficiencia que le había aterrado al principio, no le había impedido sin embargo volver a pasearse por aquellas salas frías, temperatura museo, y recorrerlas con ayuda y a través de otras miradas.
Solo recordaba con amargura, aquel día que al alargar la mano, inconscientemente y en pleno éxtasis, oyó aquella voz potente que le dijo:
-Está prohibido terminantemente tocar los cuadros
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