domingo, 11 de noviembre de 2012

EL HOMBRE ANONIMO

Como cada mañana sonó el despertador. No fue necesario un segundo timbrazo, ya el hombre se había calzado las zapatillas y se dirigía al cuarto de baño.
Abrió el grifo y con agua fría cogió un buche entre sus manos y se humedeció la cara. Con parsimonia y sin ningún interés, sacó la cuchilla y el jabón de afeitar. Nunca le habían gustado las maquinillas eléctricas. Se miró al espejo y su cara no mostro ningún gesto. Su tez gris era el reflejo del día que amenazaba lluvia.
Solo tardo medía hora  en acicalarse. Escogió su mejor traje, uno gris algo ajado por el uso. También sus zapatos relucientes mostraban el paso del tiempo.

No cogió nada, ni tan siquiera la llave que le había acompañado en la última etapa. Miró por última vez a todos los rincones, de repente la vio, no quería dejarla. Aquella pluma que le regalara su padre cuando firmo su primer contrato. Cuantos recuerdos contenían aquella tinta.

Sin más dilación se dirigió a la puerta sin mirar atrás, sin decir nada a nadie. Con nadie se cruzó.

Al salir a la calle noto un vientecillo frio, se levanto la solapa de la chaqueta, no disponía de abrigo, fue una de las últimas cosas que empeño.

Ya en la calle un perro sin collar ni dueño se acerco a él meneando la cola. Se habían conocido durante la anterior primavera, desde entonces cada mañana se rencontraban y vagaban sin rumbo, donde fuera y si no podía entrar, le esperaba para reencontrarle cuando salía.

Al verle, le dirigió una sonrisa de las pocas que conservaba y le acaricio la cabeza. Caminaba deprisa más por el frio que por meta a donde dirigirse.

Tomó un café en un bar cercano donde dejaron entrar a su amigo perruno, compartió un bollo con él como cada mañana. Pero hoy era especial eran los últimos 2 euros que poseía y los invirtió en lo poco que ahora le hacia feliz.

Salió de nuevo a la calle sin rumbo. Sus pensamientos sin embargo corrían ahora por su mente propiciados por el encuentro de aquella vieja tarjeta de D. Fulano de tal, Director para España de aquella empresa que le había robado treinta años de su vida.

Sus últimos cinco años pasaron rápidos, siempre al borde del abismo.

Recordaba su casa en la Moraleja, sus dos hijos de 13 y 16 años y aquella rubia imponente que era su mujer. De buena familia, siempre a la última y maestra del protocolo.

Recordaba como un día le llamaron de Londres. Aquellas llamadas siempre le ponían algo nervioso. No siempre eran buenas nuevas. Pero aquel día, por videoconferencia, fue un mazazo. Cerraban la dirección de España y le encargaban  los trámites y el despido de sus empleados.

Después llegó el suyo, que aunque esperado le dejo helado, siempre esperó una oferta de última hora.

La indemnización fue cuantiosa, pero nada comparado con el tren de vida al que estaba acostumbrado. Por delante tenia dos años de paro. Lo más duro fue decírselo a la familia. Todos airados y con cara de enfado le recriminaban su hacer y la decisión de venta del casa de la playa y el barquito con el que presumían frente a los amigos. Portazos y malas palabras fue lo que recibió.

Todos siguieron con su vida y el dinero conseguido pronto desapareció. Le llegó el turno al chalet y la mudanza a un pisito en las afueras de Madrid. También un doloroso divorcio, fruto del cual perdió a la rubia y a sus dos hijos. Ella aprovechando su tiempo libre se había liado con uno de sus amigos que conservaba el estatus.

Al principio conservo la calma, hizo llamadas, aporreó puertas, sin respuesta. A veces se ponían, pera la mayor parte de las veces sus amigos de antaño o estaban reunidos, o de viaje. Siempre una secretaria amable tomaba nota con la promesa, siempre incumplida de devolver la llamada.

Perdió los amigos que le saludaban campechanamente y compartían cenas, actos y regalos institucionales en Navidad.

Descubrió la falsedad que le había rodeado y se encontró sin nada y con una pensión por pasar a la rubia, a la que pronto no podría atender. Ni siquiera aquel pisito de barrio obrero pudo conservar.

Se mudo a una habitación limpia de una vieja pensión que incluía cena: un sopicaldo aguado y algún acompañamiento poco sustancioso aderezado con una fruta, que era la nota de color.

Perdido casi todo, pero conservando el orgullo,  salía todas las mañanas pulcramente vestido a  la cola del paro, para dirigirse a entrevistas cuando tenía suerte, siempre con el mismo resultado. “Tiene usted un CV impresionante, si fuera más joven…”El resultado siempre el mismo. “Ya lo llamaremos cuando surja algo para Ud.”

Un día perdió su última posesión, su ilusión por vivir. Aun así, intentaba levantar cabeza y aceptaba pequeños trabajos en el mejor de los casos. Pero estos también desaparecieron. La crisis, sus 52 años y la mayor demanda que oferta pusieron gris plata en su cabello negro.

Pero hoy extrañamente se sentía feliz y ligero, como hacia mucho tiempo. Estaba con su fiel amigo sin nombre y era libre de vagabundear sin prisas y rumbo. Por fin era dueño de sí, no debía nada a nadie, tampoco le esperaban. Era un hombre anónimo como tantos otros con historias parecidas.

Anochecía, hastiado se sentó en un banco de un parque cualquiera, al que sus pasos le habían dirigido. Estaba cansado, llevaba dos días en que su único alimento había sido el desayuno de aquella mañana. Se adormeció en el banco y aquel perro amigo se tumbó a sus pies. El frio de la noche se llevó sus  pensamientos y su vida.

Un aullido de madrugada fue su epitafio y el aviso para otros de su legado:

Su cuerpo sin vida.

 

 

Dedicatoria: Para todos aquellos que sufren la crisis
 

martes, 17 de abril de 2012

La visita

La ausencia de su amiga, no había impedido que como cada miércoles, levantarse temprano después disfrutar de su habitual desayuno y lanzarse a la calle.
La primavera, le deleitaba de sus fragancias, que la lluvia de ayer había propiciado, eliminando el engorroso mal olor de la contaminación y sustituyéndolo por el aroma a tierra mojada, que desde niña siempre admiró.
Vivía cerca y paseando lentamente, se había dirigido al museo que tantas veces visitará de joven, cuando trabajaba.
Recordaba aquellos al mediodía con Sonia, su amiga y compañera de museos, en que se quitaba las horas del almuerzo, para que en loco frenesí, acudir a la exposición temporal que hubiera, para después continuar con su trabajo por la tarde.
Unas veces al Thyssen, otras al Prado, pero siempre sacaba pequeños espacios, en que en su premura se sentía libre y visitaba rápidamente la pinacoteca.
Siempre compraba el catálogo, aunque pesará. Para luego lentamente hojearlo en casa disfrutando de los cuadros ya vistos. Los sentían suyos, los estudiaba y soñaba con emular a aquellos pintores, realizando su gran obra maestra. Pues ella, hacia pequeños” pinitos” con la pintura.
Tocaba las páginas del catálogo como si a través de ellas sintiera el color, las formas, en definitiva, el alma del cuadro.
No quería que se hiciera tarde, ya que la ausencia de su amiga no le había permitido realizar la compra electrónica de la entrada.
Confiando en su suerte y en su deseo de visitar aquella casa, la de los miércoles, que sentía ya suya, se dirigió al Museo.
Siempre el mismo dialogo con los vigilantes de la puerta:
-Debe dejar su bastón en consigna.
Para seguidamente, negociar con ellos su necesidad y su falta.
Era la hora, había conseguido llegar y solo le precedían en la cola 10 madrugadores, quizás con ojeras o con insomnio. Silenciosos, esperaban su turno para entrar.
Con la entrada en la mano recorrió el mismo número de pasos que siempre. Los tenía contados, para llegar a la sala.
Chagall no era su preferido pero admiraba su color y sus formas. La crónica del periódico que su amiga le había leído, le había ayudado a conocerle algo mejor y a despertar su curiosidad.
Los colores y la manera de componer los cuadros, la atrajeron, le hicieron sentir fuerte y viva. Quizás también un poco de angustia, retazos amargos de su situación.
Entró en la sala, fría, silenciosa y al sentirse sola, se sintió perdida. Un mareo ligero le recorrió el cuerpo y la hizo perder las fuerzas. Pese a ello, avanzó con paso cansino. Esperaba aquellas presencias que otras veces, junto a las explicaciones de su amiga, que con infinita paciencia, enumerando uno y otro detalle, le permitían disfrutar de la exposición y entender su contenido.
En casa no había reparado en esa dificultad y con rapidez, a pesar de sus años, se retiró discreta a un recoveco, desde donde esperar al acecho, para poder escuchar a aquellos desconocidos que se acercaban y serían sus acompañantes de hoy.
Solo habían transcurrido 10 minutos, le resultaron eternos. Dos jóvenes aparecieron en la entrada. Eran estudiantes, se quejaban del trabajo que tenían que realizar para la asignatura de Historia del Arte, con frases como:
-Jo, qué rollo, este tío no me mola. Parece mi hermano pequeño con las “guache”
-Calla que te van a oír
Discretamente, y a una pequeña distancia escuchaba sus frases tratando de imaginar el contenido de los cuadros.
-Puff, ¿Cómo dices que se llama el cuadro?
-“La casa gris”
-Pues sí que es gris, este tío está loco, no ha puesto una casa de madera junto a la vista de una Catedral y encima decrepita.
-Venga tío acelera, que el trabajo nos va a llevar toda la mañana.
Ella sonreía veladamente, recordando de igual manera la pérdida de tiempo. Ahora a sus 75 años, quería disfrutar cada minuto, cada segundo y hacerlos suyos, retenerlos entra sus manos para saborearlos. Recordar los colores, que se había transformado en semitonos de gris.
No había recorrido ni cinco cuadros cuando un grupo de 3 personas, seguidas de cerca por un señor solo, que arrastraba algo los pies, irrumpieron en la sala.
La cosa se animaba.
Escucho comentarios de las damas.
-“El gallo” ¿Qué dice el catálogo, quien lleva encima?
-No está claro, que si arlequín, una figura femenina, no sé.
-Que más te da. El cuadro es bonito, tiene una azul que electriza.
Otro grupo más numeroso, penetró en la sala.
Eran cinco y una parecía la más entendida. Oyó retazos de la historia de Chagall, de cuando vivía en Francia.
-Pues dirás lo que quieras- Dijo una de ellas- Pero a mí este cuadro de la “Virgen de la aldea”, no me gusta nada. Parece que la Virgen se va a caer fuera del cuadro.
Ella se secó una pequeña lágrima que se le escapaba, envidiando sus ojos que le dejaban ver belleza y fealdad y después, permitirle disfrutar o rechazar.
Ella, con aquellas migajas que le daba el destino, quería recrear aquellos cuadros. Aquella imagen distorsionada que nunca sería la realidad pintada, le transmitían a través de otros sensaciones, color y formas.
Era, pues feliz a su modo. Había descubierto otra manera de ver y disfrutar.
Su deficiencia que le había aterrado al principio, no le había impedido sin embargo volver a pasearse por aquellas salas frías, temperatura museo, y recorrerlas con ayuda y a través de otras miradas.
Solo recordaba con amargura, aquel día que al alargar la mano, inconscientemente y en pleno éxtasis, oyó aquella voz potente que le dijo:
-Está prohibido terminantemente tocar los cuadros

Vistas de página en total